El año 2009 marcará un hito en la historia de la humanidad, o por lo menos en la del sistema financiero. Coincidentemente durante el momento más álgido de una de las mayores crisis recientes del mundo financiero nació un movimiento que promete resolver muchas de sus deficiencias: Crypto, cuyo principal exponente es el Bitcoin.
Pero más allá de esta tecnología y sus protocolos, el verdadero potencial del mundo crypto está asociado al concepto del “internet del valor”. Ben Horowitz, cofundador y socio de la célebre firma de VC Andreessen Horowitz, explica aquí mucho de lo que, en teoría, esta tecnología pudiera representar para la humanidad, especialmente como una fuente de generación de valor:
Parafraseándolo, el crypto es una nueva plataforma de computación, como en su momento lo fueron las computadoras mainframe, luego las PCs y después los smartphones. Como ha demostrado cada uno de estos ciclos, la tecnología entrante siempre habilita algo nuevo: en el caso de las mainframe, el procesamiento de una gran cantidad de datos; en el de las PCs, el Internet; en el de los smartphones, la economía de las aplicaciones móviles y las redes sociales. Ahora que ha llegado la era del crypto, lo que se habilita es la confianza a escala.
¿Por qué? La mayor innovación del crypto es que puedes dejar de confiar en un tercero –llámese banco, gobierno o incluso plataformas como Google o Facebook–, pues el mecanismo de consenso que permite el blockchain hace que esta tecnología ejecute código de manera autónoma. Es decir, que gracias a su operación sustentada por matemáticas puras, crypto garantiza que cualquier transacción se lleve a cabo con total certeza y confianza, sin el cabo suelto que representa un intermediario.
Esta confianza a escala descentralizada, o sin necesidad de intermediarios, es algo que nunca antes había existido en la historia de la humanidad. Esto significa que se puede reescribir la manera en que entendemos los sistemas que creemos inamovibles, como es el del dinero.
El primer killer feature del crypto fue el desarrollo de dinero digital, que inició con Bitcoin pero que ahora incluye muchas otras criptodivisas. Sin embargo, en un futuro se pueden habilitar muchos otros casos de uso que requieren este grado de confianza, como contratos, compra-venta de propiedades, ejecución de las leyes, pruebas de identidad, sistemas financieros (con Ethereum y DeFi) y algunos otros que han ido ganando tracción, cómo los NFTs (non fungible tokens) que sirven para guardar propiedades digitales no fungibles como coleccionables y arte digital.
Parece que ya hay consenso sobre la utilidad de sistemas distribuidos como el blockchain, pero todavía hay muchos escépticos respecto a la red de Bitcoin. De hecho, hay una popular mito que dice “Blockchain, not Bitcoin”. Sin embargo, la primera no puede vivir sin el segundo. ¿Qué relación hay entre los protocolos de los blockchains y un sistema monetario como el de Bitcoin? La respuesta es muy simple: para que una red funcione de manera descentralizada y autónoma, se requiere un sistema de incentivos, como lo es el de Bitcoin. De otra forma, el blockchain sería una base de datos distribuida dependiente de un ente central, que probablemente tendría que fungir como intermediario y con lo cual esta invención no tendría ningún sentido. Aquí un artículo que habla más en profundidad del tema.
Vale la pena destacar un par de las principales características del crypto. En este post que escribí sobre Bitcoin entro más en detalle sobre lo que hace tan especiales a los protocolos de las blockchains:
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- Son globales
- Descentralizados
- Inmutables
- Peer-to-peer
Pero hay otra característica que, desde mi punto de vista, los vuelve imparables: que son protocolos open source, lo que permite que todo el código que se genere sea reutilizado de manera abierta y sin límites. Esto genera un efecto que se conoce como componibilidad o “composability” en inglés, que se ejemplifica bien si imaginamos que con piezas de Lego vamos construyendo una gran arquitectura de sistemas y soluciones con fines que van desde lo muy general hasta lo muy específico.
Otra buena analogía para explicar la componibilidad son las ciudades y la manera en que se van desarrollando. Primero que nada, debe de existir una infraestructura básica: carreteras que llevan desde y hacia la ciudad y que, una vez en ella, den pie a las calles que se pavimentan y alumbran. Con esto resuelto, comienzan a llegar los potenciales inquilinos, quienes van a necesitar casas en donde vivir. Esto genera la necesidad de tener servicios básicos, como escuelas, supermercados, bancos. Pero como no todo es trabajar y estudiar, surgen los espacios de ocio y entretenimiento, como cines, bares y hasta estadios. De este modo, se percibe cómo la ciudad entera parte de los primeros “bienes públicos”; aquella infraestructura inicial sobre la cual se genera todo lo demás. En este artículo de a16z se habla más a detalle sobre este tema.
Ahora, imaginemos que cualquiera fuera capaz de desarrollar sobre el restaurante de al lado, sin ningún permiso en particular y con la simple intención de mejorar o crear algo de manera muy subjetiva. Si hablamos de un restaurante, tal vez esta mejora implique aumentar la capacidad del lugar y tener más mesas, o quizás busque ofrecer otro tipo de comida que crea hace sentido con el mercado potencial.
Para hacer eso hoy en día, primero se debe construir todo un plan de negocios, levantar capital, construir un nuevo restaurante, contratar gente, hacerle publicidad y comenzar a operar. Son muchos pasos que toman tiempo, dinero y esfuerzo. Ahora, imagina que te pudieras brincar todo el proceso y simplemente copiar lo que ya existe. Un ejercicio literal de copy-paste, replicando un restaurante y solo modificando su capacidad o su menú.
Ahora, trasladando esto al mundo digital es aún más claro y real el beneficio que puede tener de cara a los consumidores. Pongamos como ejemplo Uber. Sin duda, esta aplicación a venido a cambiar la manera en la que nos movemos en las ciudades y a cambiado mucho los hábitos de las personas. Ahora, a partir de esta invención, se han “creado” nuevos servicios que ha lanzado la misma compañía, como por ejemplo Uber Eats. Ahora viene lo interesante, imagina que el código y la propiedad intelectual fueran “open source” y eso le permitiera a cualquier persona desarrollar sobre el proyecto de Uber servicios adicionales no vinculados a la empresa, como Uber Eats, Cornershop, Rappi que habilitaran nuevos modelos de negocio o hasta variantes del mismo modelo pero que atendieran otros nichos como puede ser la aplicación Beat que son coches Tesla para un segmento high end y eco friendly. Imaginen las posibilidades que esta nueva tecnología permite. Por eso literalmente llaman “permissionless” a esta nueva frontera de la tecnología y lo mejor es que esto es lo que esta pasando en la industria crypto.
Precisamente eso es lo que implica la componibilidad del open source. En crypto, puedes tomar el código de un protocolo (como los de Bitcoin o Ethereum), hacer las modificaciones que consideres que aporten valor, y lanzar tu propio blockchain. De hecho hay muchos ejemplos de esto como Litecoin que tomó el código de Bitcoin e hizo algunas modificaciones y los más recientes forks de Bitcoin, conocidos como Bitcoin Cash y Bitcoin SV. Pero tal vez la característica que enriquece más al ecosistema no son estos forks, sino más bien la capacidad de mejorar el código de los protocolos de manera progresiva, como por ejemplo sucede en Wikipedia. Esto hace que el software cada vez sea mejor y más resiliente y que se vayan desarrollando sobre estos nuevas aplicaciones practicas y casos de uso.
Todo esto podría hacernos creer que su capacidad de componibilidad le resta valor a estos protocolos, porque elimina la noción de la propiedad intelectual. Sin embargo, el que ésta exista o no está fuera del punto, pues el valor no lo tiene el protocolo ni la tecnología de blockchain que lo sustenta, sino la comunidad de usuarios y de desarrolladores que van construyendo sobre la misma. Entre más personas haya interactuando, más demanda habrá, lo que genera los famosos network effects de los que hablo a profundidad en este artículo.
Vayamos un paso más allá. Lo realmente radical de la componibilidad del crypto es que te permite ir construyendo sobre los hombros de gigantes. Literalmente. Las cuatro empresas más grandes del mundo son empresas tecnológicas: Apple, Amazon, Google y Facebook. Todas monetizan sus gigantescas bases de datos y los potentes sistemas tecnológicos que han desarrollado, su propiedad intelectual es su principal activo. Pero, ¿qué pasaría si toda esa propiedad intelectual fuera abierta? ¿Que cualquier persona en cualquier parte del mundo pudiera desarrollar y compartir esas funcionalidades para su propio uso y creación de valor, sin la expresa aprobación de la empresa? Suena irreal. Pero el open source lo hace realidad y no nada más eso, desde mi punto de vista lo hace imparable y ordenes de magnitud más potente y veloz que los paradigmas anteriores.
Cualquier persona con acceso a internet desde cualquier lugar del mundo puede crear nuevos sistemas sobre la infraestructura de crypto existente y generar millones de dólares en valor. Imagínense la innovación que se va a desarrollar sobre este nuevo modelo. Simplemente es indescriptible, estamos probablemente frente a una nueva frontera de innovación y generación de valor a nivel global y para toda la humanidad.
La alineación de incentivos son la clave para que se desarrollen estos proyectos. Los tokens o monedas son esenciales para estos protocolos, ya que generan el incentivo para que más desarrolladores y usuarios decidan unirse a estos proyectos y generar valor a través del desarrollo y uso de los mismos. Este concepto se conoce como token economics, y es un diseño de incentivos que permite resolver el dilema del huevo y la gallina (¿qué fue primero: el valor o el uso?). La clave es diseñar sistemas de incentivos que logren que los participantes de la red estén alineados con el objetivo de hacerla crecer en el tiempo.
El ejemplo más sencillo es Bitcoin. Por un lado, tienes a los mineros que ganan por validar transacciones. Por otro, están los tenedores de las criptomonedas que tienen el incentivo de decirle a más personas sobre ellas; al haber una oferta limitada de monedas (la cantidad de Bitcoins está topada a 21 millones), el precio va a subir si hay mayor demanda. Esto refuerza los network effects con el paso del tiempo, razón que explica el incremento exponencial del precio del Bitcoin a lo largo de los años. Lo mismo sucede con los nuevos protocolos. Cada uno de ellos, en función de sus necesidades específicas, va diseñando estos sistemas de incentivos para que las redes crezcan en funcionalidad y en uso.
En resumidas cuentas, crypto permite que grupos grandes de personas anónimas y que desconocidas entre sí logren entablar una relación de confianza entre ellos mismos sin la necesidad de un intermediario, de manera meritocrática y, sobre todo, alineada.
Como siempre, en este video Naval describe bien el potencial del crypto, vale la pena verlo:
.@AngelList CEO Naval Ravikant on democratizing investments through #blockchain: https://t.co/SpdtYWi0vO #TalksAtGS pic.twitter.com/KErfy0Ii4d
— Goldman Sachs (@GoldmanSachs) January 8, 2018
Esto es lo que se está gestando en crypto: un sistema abierto, componible, global, incentivado y alineado que va mucho más allá del dinero y de Bitcoin. Algunos creemos que este es un mejor modelo para desarrollar productos y servicios digitales de todos colores y sabores. Como me dijo un profesor en Berkeley: “El futuro ya está aquí, pero la información no está distribuida equitativamente”.
No es coincidencia que los grandes fondos de capital como a16z y USV hayan invertido fuertemente en esta naciente industria. La confianza y la componibilidad son elementos clave para el desarrollo del “internet del valor”, imagínense las posibilidades…
Al final, la mesa está servida, esperando a los visionarios para servirse con la cuchara grande y desarrollar el futuro de la humanidad. En mi humilde opinión es cuestión de tiempo.
Gracias a Allan Cassis, Daniel Vogel, Pablo Sanchez, Luis Angel Adame y José Rion por su feedback y edición de este artículo.