Llevo años queriendo empezar a escribir y publicar lo que escribo.
La expresión escrita ha sido fuente de conocimiento a través de la historia. Nos ha permitido evolucionar y generar bienestar a través del intelecto colectivo. En un mundo de información infinita como el actual, tenemos la posibilidad de estar parados en los hombros de gigantes, desde grandes filósofos como Aristóteles hasta pensadores modernos como Naval Ravikant.
A través de internet, podemos conectar con el mundo entero y aportar nuestro granito de arena, muchas veces a través de nuestras ideas. Esto no es poca cosa y conlleva esfuerzo. Ya lo decía Steve Jobs:
“La creatividad es simplemente conectar ideas. Cuando le preguntas a la gente creativa la forma en que hicieron algo, se sienten un poco avergonzados porque en realidad no inventaron nada, simplemente vieron algo…(y) fueron capaces de conectar sus experiencias y sintetizar nuevas ideas.”
Ese es mi objetivo a través de este esfuerzo: exponer y relatar ideas con la intención de generar acciones que provoquen innovación.
Impulsar el potencial de las personas que me rodean siempre ha sido mi motor, me llena de energía y me inspira. Tengo la ilusión que al compartir mis ideas, conocimientos, experiencias personales y profesionales pueda contribuir al crecimiento de muchas personas, y con suerte, mejorar sus vidas. Soy un eterno optimista de la humanidad y tengo el sueño de cambiar el mundo, porque estoy convencido que juntos podemos crear un mejor futuro. Es increíble el mundo en el que vivimos.
Tengo una obsesión con el conocimiento. Mi pregunta favorita siempre ha sido “¿por qué?”, y crecer como alguien intelectualmente curioso me ha llevado hacia el camino de pensamiento crítico. No es sencillo y está lleno de altibajos, pues en este camino uno se topa con frecuencia con el efecto Dunning-Kruger, en el que pasas por creer que sabes todo hasta darte cuenta de que no sabes nada. El riesgo de perderse al intentar perseguir demasiados conceptos en el mundo de información en el que vivimos es muy alto. Por eso, las conversaciones que quiero detonar son las que generan valor y estimulan el pensamiento creativo.
También estoy obsesionado con la verdad. No creo en una sola, sino en las verdades. La verdad es relativa: ¿para quién y en qué momento algo es verdad? Experimentamos el mundo en primera persona y no nos podemos separar de nuestra identidad, necesidad o existencia propia. Si no es un concepto objetivo y universal, entonces ¿qué es la verdad? Para mí, es la percepción de nuestras necesidades en determinado momento. La verdad es dinámica e infinita. La verdad es la búsqueda. En cuanto más nos aproximamos a ella, se transforma ya que la verdad es el camino, no el destino.
Busco provocar e incomodar, consciente que esto traerá consigo crítica, pero qué mejor manera de trabajar las ideas que polemizando audiencias. La ideología y el dogma son fuerzas muy poderosas; las historias que contamos nos definen y creamos nuestra identidad a partir de ellas. Igual pasa en sociedad: somos tribalistas y buscamos a gente que piense como nosotros para confirmar nuestra identidad. Cuestionarla resulta inevitable cuando nos enfrentamos a ideas nuevas.
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Desde hace algunos años, mi hambre de conocimiento me ha llevado a rodearme de gente que me enseña: colaboradores, familiares y amigos; coaches emocionales y espirituales; profesionales, de alimentación, ejercicio y probablemente uno de escritura pronto. Una vez, uno de mis coaches me hizo reflexionar sobre mi vida profesional con esta pregunta: ¿Por qué te apasionan las inversiones?
Para mí, no son más que convencionalismos para crecer y lograr lo que uno se propone en la vida. Pero la inversión es un concepto abstracto para el cual todos tenemos una interpretación diferente. Dentro de las definiciones más comunes se encuentran estas dos:
- Cambiar de orden o lugar varias cosas de modo que queden de manera opuesta a como estaban al principio.
- Gastar un recurso limitado, normalmente tiempo o dinero, con la esperanza de obtener una recompensa en el futuro.
El amplísimo espectro que abarcan estas descripciones es lo que ha cautivado mi atención. Tal vez por no tener una sola y contundente definición, la inversión está ligada con mi obsesión por el conocimiento y crecimiento personal. Cuando me hice la primera pregunta, seguí con otra: ¿Qué significa invertir realmente?
La palabra “inversión” viene del latín invertere y está conformada por la suma de tres partes: el prefijo “in” que quiere decir “hacia dentro”; “vertere” que significa “girar, dar vuelta, cambiar, convertir”; y finalmente el sufijo “ion” que es equivalente a “acción”. Es decir, se relaciona con la la introspección, el cambio, el giro, la conversión y reconversión.
Pero lo más importante de esta palabra radica en el sufijo, que invita a la acción. Ya lo dijo en su momento Albert Einstein:
“No podemos esperar resultados distintos haciendo las cosas de la misma manera.”
Si queremos crecer -invertirnos- la única manera es a través de la acción.
Todos invertimos de una u otra manera, dependiendo de la interpretación distinta que cada persona tenga sobre lo que invierte y la realidad en la que vive. Al contrario de lo que la gente piensa, las cosas no son como son sino como nosotros somos. El entendimiento colectivo de estas interpretaciones, el “coloso humano” define el comportamiento, que a su vez definen las acciones que dan forma a nuestra realidad. Es un ciclo. Para comprender al mundo en el que vivimos hay que comprendernos a nosotros mismos en lo colectivo y en lo individual.
Desde niño he tenido la fortuna de tener mucho apoyo gracias a mi madre, quien en la desesperación de no saber qué hacer con un niño incomprendido e insaciable, buscó a través de la terapia crear ese vínculo entre nosotros. Sin saberlo, lo que en su momento era un defecto de niños problemáticos terminó siendo para mí una gran ventaja competitiva. Porque dos cabezas siempre piensan más que una. Porque al interactuar con tal apertura creas conciencia y puedes reconocer sesgos cognitivos. Pero sobre todo, por que al enfrentarte con un tercero te obligas a cambiar. Te obligas a actuar.
Las matemáticas son el lenguaje del universo. Gracias a la lógica y a la razón, la humanidad ha podido desarrollarse. Pero el raciocinio que tenemos como especie no nos aleja de nuestras emociones. Nada tiene sentido para un ser humano si no logra entender su naturaleza y su existencia. Esa es la razón de la filosofía y la psicología, dos ciencias que nos permiten ampliar nuestro criterio y enriquecer el pensamiento crítico. Por eso he elegido la intersección entre la filosofía y las inversiones como el tema a desarrollar en este espacio. No hay nada que me apasione más que el estudio del conocimiento y de la verdad, y creo que no hay mejor manera de ponerlo en acción que a través de la inversión.
Alrededor de estos temas y con la intención de que los lectores puedan impulsar su potencial, estaré desarrollando un blog post periódicamente además de un newsletter semanal con libros, podcasts y artículos de interés, al cual se pueden suscribir en este link.
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Un buen amigo me compartió esta frase del ex presidente estadounidense Theodore Roosevelt:
“No es el crítico el que cuenta, ni el hombre que señala cómo tropieza el más fuerte o en dónde alguien pudo haber hecho un mejor trabajo. El crédito le pertenece al hombre que está en la arena, cuyo rostro está estropeado por el polvo, el sudor y la sangre; aquel que se esfuerza con valentía; aquel que falla y se queda corto una y otra vez, pues no hay esfuerzo sin errores ni defectos; aquel que sí lucha por hacer las cosas; el que conoce sobre el gran entusiasmo, la gran devoción; aquel que se desgasta en una causa que valga la pena; aquel que sabe que en la mejor de las circunstancias, el final estará lleno de triunfo y grandes logros, y que, en el peor de los casos, si fracasa al menos lo hará mientras se arriesga al extremo, para que su lugar nunca esté con aquellas almas tímidas y frías que no conocen la victoria o la derrota.”
Siempre he intentado ser así, y esta vez no será la excepción. Mejor fracasar que nunca intentarlo, mejor imperfecto que inexistente. Este el primer capítulo de la historia que ya decidí escribir. Este es mi génesis.