“Esto es Agua” de David Foster Wallace

Javier Morodo

“Este discurso ha impactado mi vida en muchas más maneras de las que podrán creer. Lo escucho sin falta un par de veces al mes. Me recuerda lo fragil que es nuestra existencia (sabiendo que la vida David Foster Wallace terminó en suicido) y reconociendo que el trabajo de consciencia es un trabajo de todos los días y que también, a veces se puede fallar.

Espero que para todos ustedes, este discurso qué aquí pueden encontrar en video y audio en inglés, les sea útil. Con eso basta.”

Javier

Sobre el autor: David Foster Wallace David Foster Wallace fue un profesor y escritor estadounidense, ​​ reconocido por su novela La broma infinita, ​​ considerada por la revista Time como una de las 100 mejores novelas en lengua inglesa. Murió en 2008.

Abstracto y contexto: David Foster Wallace pronunció un discurso en 2005 para los alumnos que se graduaban ese año en la Universidad de Kenyon. Lo tituló Esto es agua. Para muchos es una especie de conciso legado de algunas de las ideas que intentó transmitir a través de su literatura. Un alegato profundamente humanista. Una lucha personal por aferrarse a la vida a pesar de las adversidades y por encontrar la manera de reinterpretar la realidad y nuestra “configuración natural por defecto”, profundamente egocéntrica, para que palabras como solidaridad y empatía puedan tener espacio en nuestra sociedad.

Transcripción en español de este discurso.

 

“Saludos padres y felicitaciones a la clase de graduados de Kenyon del 2005. Están estos dos jóvenes peces nadando y casualmente se encuentran con un pez mayor nadando hacia el lado opuesto, que les saluda con la cabeza y dice “Buenos días, chicos. ¿Cómo está el agua?” Y los dos peces jóvenes siguen nadando por un rato, y finalmente uno de ellos mira al otro y dice “¿Qué demonios es el agua?”

Este es un requisito estándar de los discursos de graduación en Estados Unidos, el despliegue de pequeñas historias didácticas tipo parábola. Lo de la historia resulta ser una de las mejores convenciones del género, pero si te preocupa que yo planee presentarme a mí mismo aquí como el pez viejo y sabio, explicando qué es el agua a ustedes, los peces jóvenes, por favor, no se preocupen. No soy el pez viejo y sabio. El objetivo de la historia del pez es meramente que las realidades más obvias e importantes son usualmente las más difíciles de ver y hablar. Enunciado como una frase inglesa, por supuesto, esto solo es un tema banal, pero el hecho es que en las trincheras del día a día de la existencia adulta, los temas banales pueden tener una importancia de vida o muerte, o eso es lo que quiero sugerirles en esta seca y encantadora mañana.

Por supuesto que el principal requisito de este tipo de discursos es que se supone que debo de hablar sobre el significado de su educación en artes liberales, intentar explicar por qué el título que están a punto de recibir tiene un valor humano real en lugar de una simple recompensa material. Así que hablemos acerca del particular cliché más omnipresente en el género de los discursos de graduación, que es que una educación en artes liberales no consiste tanto en llenarte de conocimientos como lo es en “enseñarte a pensar”. Si tú eres como yo como estudiante, nunca te ha gustado escuchar esto, y tiendes a sentirte un poco insultado por la afirmación de que necesitabas a alguien que te enseñara a pensar, tomando en cuenta, que incluso fuiste admitido en una Universidad tan buena parece probar que tú ya sabes cómo pensar. Pero te voy a plantear que el cliché de las artes liberales resulta no ser insultante en absoluto, porque la educación realmente significativa en el pensamiento que se supone que obtenemos en un lugar como este no es realmente sobre la capacidad de pensar, sino más bien sobre la elección de qué pensar. Si tu total libertad de elección sobre qué pensar te parece demasiado obvia como para perder el tiempo discutiendo, te pediría que pensaras en el pez y el agua, y que pusieras entre paréntesis durante unos minutos tu escepticismo sobre el valor de lo totalmente obvio.

Aquí está otra pequeña historia didáctica. Están estos dos chicos sentados juntos en un bar en la remota naturaleza de Alaska. Uno de los chicos es religioso, el otro es ateo, y los dos están discutiendo sobre la existencia de Dios con esa especial intensidad que aparece después de cuatro cervezas. Y el ateo dice: “Mira, no es como que no tenga razones reales para no creer en Dios, No es como que no haya experimentado nunca con todo el asunto de Dios y la oración. Es solo que el mes pasado me quedé atrapado lejos del campamento en esa terrible nevada, y estaba totalmente perdido y no podía ver nada, y había 50 grados bajo cero, así que lo intenté: Me arrodillé en la nieve y grité: “Oh, Dios, si es que hay un Dios, estoy perdido en la nevada, y voy a morir si no me ayudas.” Y ahora, en el bar, el chico religioso miró al ateo todo desconcertado. “Bueno, entonces debes creer ahora,”, dice, “Después de todo, aquí estás, vivo.” El ateo solo volteó los ojos. “No, todo lo que pasó fue que un par de esquimales pasaron por allí y me mostraron el camino de regreso al campamento.”

Es fácil pasar esta historia por una especie de análisis de artes liberales: la misma experiencia exacta puede significar dos cosas totalmente diferentes para dos personas diferentes, dadas las dos plantillas de creencias diferentes de esas personas y las dos formas distintas de construir el significado desde la experiencia. Como valoramos la tolerancia y la diversidad de creencias, en ningún lugar de nuestro análisis de artes liberales queremos afirmar que la interpretación de un tipo es verdadera y la del otro es falsa o mala. Lo cual está muy bien, salvo que tampoco acabamos hablando de dónde proceden esas plantillas y creencias individuales. Es decir, de dónde vienen DENTRO de los dos tipos. Como si la orientación más básica de una persona hacia el mundo, y el significado de su experiencia, estuvieran de alguna manera programados, como la altura o el tamaño de los zapatos; o absorbidos automáticamente de la cultura, como el lenguaje. Como si la manera en que construimos el significado no fuera en realidad una cuestión de elección personal e intencionada. Además, está toda la cuestión de la arrogancia. El chico no religioso está totalmente seguro en su renuncia a la posibilidad de que los esquimales que pasaban por allí no tenían nada que ver con su plegaria de ayuda. Es verdad, existen muchas personas religiosas que parecen arrogantes y seguros de sus propias interpretaciones también. Probablemente, sean incluso más repulsivos que los ateos, al menos para la mayoría de nosotros. Pero el problema de los dogmáticos religiosos es exactamente el mismo que el del incrédulo de la historia: una certeza ciega, una mente cerrada que equivale a un encierro tan total que el prisionero ni siquiera sabe que está encerrado.

El punto aquí es que creo que esto es una parte de lo que se supone que significa enseñar a pensar. Ser solo un poco menos arrogante. Tener un poco de conciencia crítica acerca de mí mismo y mis certezas. Porque un gran porcentaje  de las cosas que tiendo a estar automáticamente seguro, resultan totalmente erróneas y engañosas. He aprendido esto de la manera difícil, y como lo predigo, ustedes graduados, lo harán también. 

He aquí un ejemplo de la total equivocación de algo de lo que tiendo a estar automáticamente seguro: todo en mi propia experiencia inmediata apoya mi profunda creencia de que soy el centro absoluto del universo; la persona más real, más viva e importante de la existencia. Rara vez pensamos en este tipo de egocentrismo natural y básico porque es socialmente repulsivo. Pero es más o menos lo mismo para todos nosotros. Es nuestra configuración por defecto, está grabada en nuestros tableros desde el nacimiento. Piénsalo: no hay ninguna experiencia que hayas tenido en la que no seas el centro absoluto. El mundo, tal y como lo experimentas, está ahí delante o detrás de TI, a TU izquierda o a tu derecha, en TU televisor o en TU monitor. Y así sucesivamente. Los pensamientos y sentimientos de los demás tienen que ser comunicados a ti de alguna manera, pero los tuyos son tan inmediatos, urgentes, reales.

Por favor, no te preocupes porque me disponga a darte un sermón sobre la compasión o la orientación hacia los demás o todas las llamadas virtudes. Esto no es una cuestión de virtud. Es una cuestión de mi elección, de hacer el trabajo, de alterar de alguna manera o liberarme de mi configuración natural por defecto, que es ser profunda y literalmente egocéntrica y ver e interpretar todo a través de esta lente del yo. Las personas que pueden ajustar su configuración natural por defecto de esta manera se describen a menudo como “bien adaptadas”, lo que te sugiero que no es un término accidental.

Teniendo en cuenta el triunfante escenario académico, una pregunta obvia es cuánto de este trabajo de ajuste de nuestra configuración por defecto implica conocimiento real o intelecto. Esta cuestión es muy complicada. Probablemente, lo más peligroso de la educación académica -al menos en mi caso- es que permite mi tendencia a intelectualizar demasiado las cosas, a perderme en argumentos abstractos dentro de mi cabeza, en lugar de simplemente prestar atención a lo que está pasando delante de mí, prestar atención a lo que está pasando dentro de mí.

Estoy seguro de que ustedes chicos ya saben, es extremadamente difícil mantenerse alerta y atento, en lugar de quedar hipnotizado por el constante monólogo dentro de tu propia cabeza (puede estar ocurriendo ahora mismo). Veinte años después de mi propia graduación, he llegado a comprender gradualmente que el cliché de las artes liberales sobre enseñar a pensar es en realidad una abreviatura de una idea mucho más profunda y seria: aprender a pensar significa realmente aprender a ejercer cierto control sobre cómo y qué piensas. Significa ser lo suficientemente consciente y atento como para elegir a qué prestar atención y cómo construir el significado de la experiencia. Porque si no puedes ejercer este tipo de elección en la vida adulta, estarás totalmente perdido. Piensa en el viejo cliché de que “la mente es un excelente sirviente pero un terrible amo”.

Esto, como muchos clichés, tan patéticos y poco emocionantes en la superficie, expresa en realidad una gran y terrible verdad. No es la menor casualidad que los adultos que se suicidan con armas de fuego casi siempre se disparan en: la cabeza. Disparan al terrible maestro. Y la verdad es que la mayoría de estos suicidas están realmente muertos mucho antes de apretar el gatillo.

Y sostengo que el valor real, sin tonterías, de tu educación en artes liberales se supone que debe de ser: cómo evitar pasar por tu cómoda, próspera y respetable vida adulta, muerta, inconsciente, esclava de tu cabeza y de tu configuración natural por defecto de estar única, completa e imperialmente solo día tras día. Esto puede parecer una hipérbole o una tontería abstracta. Seamos concretos. El hecho es que los estudiantes de último año no tienen ni idea de lo que significa “día a día”. Resulta que hay grandes partes de la vida adulta estadounidense de las que nadie habla en los discursos de graduación. Una de esas partes tiene que ver con el aburrimiento, la rutina y la pequeña frustración. Los padres y las personas mayores aquí presentes sabrán muy bien de qué estoy hablando.

A modo de ejemplo, digamos que es un día promedio para un adulto, y que te levantas por la mañana, vas a tu desafiante trabajo de cuello blanco, de graduado universitario, y trabajas duro durante ocho o diez horas, y al final del día estás cansado y algo estresado y todo lo que quieres es ir a casa y tener una buena cena y tal vez relajarte durante una hora, y luego acostarte temprano porque, por supuesto, tienes que levantarte al día siguiente y hacerlo todo de nuevo. Pero entonces recuerdas que no hay comida en casa. No has tenido tiempo de ir de compras esta semana debido a tu exigente trabajo, así que después del trabajo tienes que tomar el coche y conducir hasta el supermercado. Es el final de la jornada laboral y el tráfico puede ser: muy malo. Así que llegar a la tienda te lleva más tiempo del que debería, y cuando por fin llegas, el supermercado está lleno de gente, porque, por supuesto, es el momento del día en el que todas las demás personas con trabajo también intentan hacer las compras. Y la tienda está horriblemente iluminada e impregnada de una música pop corporativa que mata el alma y es prácticamente el último lugar en el que quieres estar, pero no puedes entrar y salir rápidamente; tienes que recorrer todos los confusos pasillos de la enorme y sobre iluminada tienda para encontrar lo que quieres y tienes que maniobrar con tu carrito de basura entre toda esa gente cansada y apurada con sus carritos (etcétera, etcétera, recortando cosas porque esto es una larga ceremonia) y finalmente consigues todas tus provisiones para la cena, excepto que ahora resulta que no hay suficientes cajas  abiertas a pesar de que es el apuro del final del día. Así que la cola de la caja es increíblemente larga, lo cual es estúpido y exasperante. Pero no puedes descargar tu frustración en la frenética señorita que trabaja en la caja registradora, que está sobrecargada en un trabajo cuyo tedio y sinsentido diario supera la imaginación de cualquiera de nosotros aquí en una prestigiosa universidad.

Pero de todos modos, finalmente llegas a la línea de caja, pagas tu comida y te dicen “Que tengas un buen día” con una voz que es la voz absoluta de la muerte. Luego tienes que llevar tus espeluznantes y endebles bolsas de plástico de la compra en tu carrito con la única rueda loca que tira enloquecedoramente hacia la izquierda, todo el camino a través del estacionamiento abarrotado, lleno de baches y con mucha luz, y luego tienes que conducir todo el camino a casa a través del lento y pesado tráfico de los todoterrenos en hora pico, etcétera, etcétera.

Todo el mundo aquí ha hecho esto, por supuesto. Pero todavía no ha formado parte de la rutina de la vida real de los graduados, día tras semana tras mes tras año.

Pero lo será. Y muchas más rutinas aburridas, molestas y aparentemente sin sentido. Pero ese no es el punto. La cuestión es que las tonterías frustrantes de este tipo son exactamente el trabajo de elegir. Porque los embotellamientos y los pasillos abarrotados y las largas colas en las cajas me dan tiempo para pensar, y si no tomo una decisión consciente sobre cómo pensar y a qué prestar atención, me voy a sentir molesto y miserable cada vez que tenga que comprar. Porque mi configuración natural por defecto es la certeza de qué situaciones como esta son realmente todo sobre mí. Sobre MI hambre y MI cansancio y MI deseo de llegar a casa, y va a parecer por todo el mundo como si todos los demás estuvieran en mi camino. ¿Y quién es toda esa gente que me estorba? Y mira lo repulsivos que son la mayoría de ellos, y los estúpidos y parecidos a las vacas y con ojos muertos y no humanos que parecen en la cola de la caja, o lo molesto y grosero que es que la gente esté hablando en voz alta por los teléfonos móviles en medio de la cola. Y fíjate en lo profunda y personalmente injusto que es esto.

O, por supuesto, si estoy en una forma más socialmente consciente de las artes liberales de mi configuración por defecto, puedo pasar el tiempo en el tráfico al final del día estando disgustado por todos los enormes y estúpidos SUVs y Hummers y camionetas V-12 que bloquean el carril, quemando sus derrochadores y egoístas tanques de 40 galones de gasolina, y puedo pensar en el hecho de que las calcomanías patrióticas o religiosas siempre parecen estar en los vehículos más grandes y asquerosamente egoístas, conducidos por los más feos [respondiendo aquí a un fuerte aplauso] -este es un ejemplo de cómo NO pensar- vehículos más asquerosamente egoístas, conducidos por los conductores más feos, desconsiderados y agresivos. Y puedo pensar en cómo los hijos de nuestros hijos nos despreciarán por malgastar todo el combustible del futuro, y probablemente por arruinar el clima, y en los malcriados, estúpidos, egoístas y asquerosos que somos, y en cómo la sociedad de consumo moderna es un asco, etcétera, etcétera.

Ya te haces una idea.

Sí elijo pensar así en una tienda y en la autopista, bien. Muchos lo hacemos. Pero pensar así tiende a ser tan fácil y automático que no tiene por qué ser una elección. Es mi configuración natural por defecto. Es la forma automática en que experimento las partes aburridas, frustrantes y abarrotadas de la vida adulta cuando estoy operando con la creencia automática e inconsciente de que soy el centro del mundo, y que mis necesidades y sentimientos inmediatos son los que deben determinar las prioridades del mundo.

La cuestión es que, por supuesto, hay formas totalmente diferentes de pensar en este tipo de situaciones. En este tráfico, con todos esos vehículos parados en mi camino, no es imposible que algunas de esas personas que van en un todoterreno hayan sufrido horribles accidentes de tráfico en el pasado, y que ahora encuentren la conducción tan aterradora que su terapeuta les haya ordenado prácticamente que tengan un enorme y pesado todoterreno para poder sentirse lo suficientemente seguros como para conducir. O que el Hummer que acaba de cortarme el paso, tal vez sea conducido por un padre cuyo hijo pequeño está herido o enfermo en el asiento de al lado, y está tratando de llevar a este niño al hospital, y tiene una prisa mayor y más legítima que la mía: en realidad soy yo quien está en SU camino.

O puedo elegir obligarme a considerar la probabilidad de que todos los demás en la cola de la caja del supermercado estén tan aburridos y frustrados como yo, y que algunas de estas personas probablemente tengan vidas más duras, tediosas y dolorosas que la mía.

De nuevo, por favor, no pienses que te estoy dando un consejo moral, o que estoy diciendo que se supone que debes pensar así, o que alguien espera que lo hagas automáticamente. Porque es difícil. Requiere voluntad y esfuerzo, y si eres como yo, algunos días no serás capaz de hacerlo, o simplemente no querrás hacerlo.

Pero la mayoría de los días, si eres lo suficientemente consciente como para darte una opción, puedes elegir mirar de forma diferente a esa señora gorda, con los ojos muertos y demasiado maquillada que acaba de gritar a su hijo en la cola de la caja. Tal vez no suele ser así. Tal vez ha estado despierta tres noches seguidas sosteniendo la mano de un marido que se está muriendo de cáncer de huesos. O tal vez esta misma señora sea la empleada de bajo salario del departamento de vehículos de motor, que ayer mismo ayudó a su cónyuge a resolver un horrible y exasperante problema burocrático mediante un pequeño acto de amabilidad burocrática. Por supuesto, nada de esto es probable, pero tampoco es imposible. Solo depende de lo que quieras considerar. Si estás automáticamente seguro de que sabes lo que es la realidad, y estás operando en tu configuración por defecto, entonces tú, como yo, probablemente no consideres posibilidades que no sean molestas y miserables. Pero si realmente aprendes a prestar atención, entonces sabrás que hay otras opciones. En realidad, estará en tu mano experimentar una situación abarrotada, calurosa, lenta y de consumo infernal, no solo como algo significativo, sino como algo sagrado, que arde con la misma fuerza que hizo las estrellas: el amor, el compañerismo, la unidad mística de todas las cosas en el fondo.

No es que esas cosas místicas sean necesariamente ciertas. Lo único que es verdad con mayúsculas es que tú decides cómo vas a intentar verlo.

Esta es, en mi opinión, la libertad de una verdadera educación, de aprender a estar bien adaptado. Puedes decidir conscientemente lo que tiene sentido y lo que no. Puedes decidir qué adorar.

Porque hay algo más que es extraño, pero cierto: en las trincheras del día a día de la vida adulta, en realidad no existe el ateísmo. No existe tal cosa como no adorar. Todo el mundo adora. La única elección que tenemos es qué adorar. Y la razón de peso para elegir algún tipo de dios o cosa espiritual a la que adorar -sea JC o Alá, sea YahvehYHWH o la Diosa Madre Wicca, o las Cuatro Verdades Nobles, o algún conjunto inviolable de principios éticos- es que prácticamente cualquier otra cosa que adores te comerá vivo. Si adoras el dinero y las cosas, si es en ellos donde encuentras el verdadero sentido de la vida, nunca tendrás suficiente, nunca sentirás que tienes suficiente. Es la verdad. Si adoras tu cuerpo, tu belleza y tu atractivo sexual, siempre te sentirás feo. Y cuando el tiempo y la edad empiecen a notarse, morirás un millón de veces antes de que finalmente te apenen. En un nivel, todos sabemos ya estas cosas. Se ha codificado como mitos, proverbios, clichés, epigramas, parábolas; el esqueleto de toda gran historia. El truco está en mantener la verdad en la conciencia diaria.

Si adoras el poder, acabarás sintiéndote débil y temeroso, y necesitarás cada vez más poder sobre los demás para adormecer tu propio miedo. Si adoras tu intelecto, que te consideren inteligente, acabarás sintiéndote estúpido, un fraude, siempre a punto de ser descubierto. Pero lo insidioso de estas formas de adoración no es que sean malas o pecaminosas, sino que son inconscientes. Son configuraciones por defecto.

Son el tipo de adoración en la que te deslizas gradualmente, día tras día, siendo cada vez más selectivo con lo que ves y con la forma de medir el valor sin ser nunca plenamente consciente de que eso es lo que estás haciendo.

Y el llamado mundo real no te disuadirá de operar con tu configuración por defecto, porque el llamado mundo real de los hombres y el dinero y el poder zumba alegremente en un charco de miedo e ira y frustración y ansia y adoración del yo. Nuestra propia cultura actual ha aprovechado estas fuerzas de manera que han producido una extraordinaria riqueza y comodidad y libertad personal. La libertad de ser todos señores de nuestros pequeños reinos, del tamaño de una calavera, solos en el centro de toda la creación. Este tipo de libertad tiene mucho que recomendar. Pero, por supuesto, hay diferentes tipos de libertad, y del tipo más preciado, no oirás hablar mucho en el gran mundo exterior de querer y conseguir… El tipo de libertad realmente importante implica la atención, la conciencia y la disciplina, y ser capaz de preocuparse de verdad por los demás y de sacrificarse por ellos una y otra vez de innumerables formas insignificantes y poco atractivas cada día.

Esa es la verdadera libertad. Eso es ser educado, y entender cómo pensar. La alternativa es la inconsciencia, la configuración por defecto, la carrera de ratas, la constante sensación de haber tenido, y perdido, alguna cosa infinita.

Sé que estas cosas probablemente no suenan divertidas, ni alegres, ni grandilocuentes, como se supone que debe sonar un discurso de graduación. Lo que es, por lo que puedo ver, es la verdad con mayúsculas, con un montón de sutilezas retóricas despojadas. Por supuesto, usted es libre de pensar en él como quiera. Pero, por favor, no lo descartes como un sermón de la Dra. Laura que se mueve con el dedo. Nada de esto tiene que ver con la moral o la religión o el dogma o las grandes cuestiones de la vida después de la muerte.

La Verdad con mayúsculas trata de la vida ANTES de la muerte.

Se trata del valor real de una verdadera educación, que no tiene casi nada que ver con el conocimiento, y todo que ver con la simple conciencia; la conciencia de lo que es tan real y esencial, tan oculto a la vista a nuestro alrededor, todo el tiempo, que tenemos que seguir recordando una y otra vez:

“Esto es agua”.

“Esto es agua”.

Es inimaginablemente difícil hacer esto, mantenerse consciente y vivo en el mundo de los adultos día tras día. Lo que significa que otro gran cliché resulta ser cierto: tu educación realmente ES el trabajo de tu vida. Y comienza: ahora.

Te deseo mucho más que suerte.

FIN